lunes, 4 de abril de 2011

ES IMPORTANTE ENTENDER: "LO QUE SE CREE" Y "EN QUIEN SE CREE"

Este fin de semana el mundo cofrade, ha estado en su momento más alto de la cuaresma, lleno de multitud de actos, pregones, meditaciones, besamanos, besapies,trasaldos de imagenes, etc...

Durante mi asistencia a algunos de los actos, he podido comprobar las dificultades que plantea la fe en este mundo cofrade y posiblemente también fuera de este mundo cofrade.

Y digo esto, porque sería conveniente que algunas Hermanandes, establecieran cursos de formación entre sus hermanos con el fin de ir dejando claro ciertos conceptos.

Lo primero, que deberíamos tener claro, es que una cosa es "lo que" se cree; y otra cosa es "en quién" se cree. Ya que, no es lo mismo lo uno que lo otro. Ni mucho menos.

Para dejar claro todo este tema, escribo el estudio que sobre esto hace el teólogo D.José María Castillo sobre las dificultades de la fe.

"Lo que" se cree: se refiere a verdades, dogmas, normas, mandamientos, ritos, ceremonias...,"En quién" se cree: se refiere a personas. Y, como es lógico, no es lo mismo relacionarse con "verdades" que relacionarse con "personas". A las verdades se las acepta con la cabeza y la razón. A las personas se las acepta con el corazón y la vida.

En sus orígenes más remotos, el asunto éste de la fe se expresaba, en la literatura clásica, mediante el sustantivo griego pistis, que significaba confianza. Así consta en Hesíodo (Op. 372) y Sófocles (Oed. Tyr. 1445). La fe era, pues, una actitud de profundo respeto y credibilidad ante alguien o hacia alguien (hombres o dioses). Se creía en aquela persona a la que se le concedía crédito, como indica Demóstenes (36, 57). Por eso, la falta de fe era lo mismo que desconfianza (Teognis, 831) o deslealtad (Sófocles, Oed. Col. 611). En definitiva, la fe era lo miismo que fidelidad hacia los demás, como queda claro en Epicteto (II, 4, 1-3; II, 22). Esta misma idea de fidelidad era la determinante de la fe, en el judaísmo en tiempos de Jesús, de forma que un "hombre de fe" ('anssê 'amanah), según la literatura rabínica, era el que vivía la fidelidad.

Por todo esto se comprende que, en los evangelios, se fe se entiende como confianza en Jesús y como fidelidad hacia Jesús. Era, por tanto, la actitud de aquellas personas que veían en la forma de la vida, que llevaba Jesús, la forma de vida que ellos debían llevar también. O sea tenían fe en Jesús quienes se fiaban de él, quienes querían se relacionaban con él sin trampa ni cartón, quienes tomaban en serio lo que decía Jesús. Y estaban convendicos de que, en su vida y en sus enseñanzas, estaba la solución y la respuesta a las aspiraciones más hondas y más serias de la vida.

Sin embargo, la fe, tal como a nosotros nos la han enseñado, se refiere, más bien, a "tener por verdadero lo que Dios nos ha revelado". Esto es lo que nos enseñaron en las clases de religión, en los catecismos y en los sermones. Lo cual quiere decir que, en nuestra educación religiosa, se produjo un desplazamiento, de la "fe personal" en Jesús, a la "fe racional" en los dogmas. Lo cual representa una dificultad enorme, casi insuperable, en los tiempos que corren. Porque la "fe racional" en verdades que la razón no entiende, ni puede entender, es algo que sólo se puede aceptar si el que enseña eso merece un crédito y tiene una credibilidad que, en este momento y para mucha gente, ya no lo merece ni lo tiene el clero: obispos, sacerdotes, teólogos... Por eso, la fe se va quedando cada vez más arrinconada o, si se prefiere, más marginada. La fe, de esta manera, se ha quedado como un sentimiento que (por parte de los que pueden) se vive en la intimidad de los sujetos, entre dudas, oscuridades, confusiones, cosas que no cuadran...
De esta manera, nos hemos metido en un barullo de oscuridades y confusiones. Y así nos hemos alejado de la vida que llevó Jesús y de Jesús mismo. O sea, nos hemos alejado de la fe.

¿Tiene esto solución? Por lo menos, la que a mí me sirve es ésta: yo he puesto mi fe-confianza en Jesús. Intento poner mi fidelidad en Jesús. Y eso, para mí, significa en concreto centrar mi vida en el respeto que Jesús le tuvo a la gente; en la estima y la tolerancia que Jesús tuvo a los demás (Jesús sólo fue intolerante con los intolerantes: sacerdotes, fariseos, letrados...); en la bondad, o sea intentar ser siempre bueno, nunca echar en cara nada a nadie, saber soportar las cosas que me resultan impertinentes, poner buena cara siempre... Es decir, a través de estas cosas elementales y mediante la honradez y el deseo sincero de hacer felices a los que se rozan conmigo, así - y sólo así - creo en Dios, creo en el Dios de Jesucristo, creo en el Espíritu de Jesús y su Evangelio. En todo esto es donde yo veo la dificultad y la solución de la fe.

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