Ayer domingo, se vivió
una jornada histórica en la Ciudad del Vaticano.
El Papa Francisco canonizó
a dos de sus antecesores, Juan XXIII y Juan Pablo II, en
presencia de su inmediato antecesor, el Papa emérito Benedicto XVI. Más
de un millón de fieles abarrotaron la Ciudad Eterna. En su mayoría, los
antiguos “papaboys”, que siguieron a Juan Pablo II por todo el mundo, y
que hace nueve años gritaron aquel “santo subito” desde esta misma plaza. Y es, que la canonización de Juan Pablo II ha sido la más
rápida de la bimilenaria historia de la Iglesia.
Desde hace unos años atrás,
en la Iglesia hemos emprendido un camino de llevar a los altares a un número
elevado de personas, cosa que antiguamente no era así, pasaban muchos años sin
que nadie subiera a los altares. Posiblemente este cambio, venga encaminado en
la actualidad a recordarnos a todos, como a través de una vida sencilla de
nosotros en el mundo que nos rodea también podemos ser santos. A la vez, que
nos recuerda también, que estas beatificaciones y canonizaciones pueden llevar
a una imagen de mayor compromiso social de todos los que formamos parte de la
Iglesia, a través de sus santificados.
Pero, lo que posiblemente nos
llamará ayer, un poco a la atención es la canonización de dos Papas contemporáneos
y tan distintos a la vez.
Mi reflexión de hoy, no va
encaminada a dudar por ningún momento de las canonizaciones de Juan XXIII y
Juan Pablo II, ni mucho menos a sus pontificados, que como cualquier obra
humana están llenos de luces y sombras. Pero sí, a pensar, si el Papa Francisco
durante su primer año de pontificado, ha querido preparar este acontecimiento
para hacernos reflexionar un poco hacía donde le pedimos a él que encamine el
rumbo de la Iglesia.
Y, digo esto, por es notorio
la gran diferencia del mensaje que nos transmitían ayer los dos papas canonizados.
Por un lado tenemos a Juan XXIII, un Papa que en tan sólo cinco años de
pontificado, supo quitar el paso de rosca apretada que la Iglesia con respecto
al mundo. Juan XXIII, abrió las puertas de la Iglesia al mundo, con el Concilio
Vaticano II que empujó a la Iglesia católica al siglo XX después de
450 años anclada en la Contrarreforma de Trento. Por su parte, Juan Pablo II
con 25 años de pontificado, llenos de una gran actividad pastoral, sin duda
alguna; creo que no supo continuar esa apertura de la Iglesia a las necesidades
del mundo del siglo XX.
La llegada del Papa
Francisco, a su puesto nuevamente una visión nueva de la Iglesia en el mundo.
Una visión, que posiblemente haya creado sus más y su menos en los muros
vaticanos, llegando al planteamiento de hacia dónde encaminamos la Iglesia.
Porque, a mi juicio, las
semejanzas entre Juan XXIII y Francisco van más allá de su
talante y de sus gestos. La sintonía se manifiesta en su espíritu reformador
del cristianismo con la mirada puesta en el Evangelio desde la opción por el
mundo de la exclusión y el compromiso por la liberación de los empobrecidos.
Juan XXIII y Francisco coinciden en la necesidad de construir una “Iglesia
de los pobres”.
Juan XXIII era
consciente de que la humanidad estaba viviendo un cambio de era y la
Iglesia católica no podía volver a perder el tren de la historia, sino que
debía caminar al ritmo de los tiempos. Era necesario poner en marcha un proceso
de transformación de la Iglesia universal en sintonía con las transformaciones
que se sucedían en la esfera internacional. Francisco es igualmente consciente
de estar viviendo un tiempo nuevo, lo que le exige dejar atrás los últimos 35
años de involución eclesial que pesan como una losa y activar una nueva primavera en
la Iglesia en sintonía con las primaveras que vive hoy el mundo.
Importante también es
destacar la figura del Papa emérito Benedicto XVI ayer, como símbolo de si en
la Iglesia se pueden hacer cambios. ¿Por qué quien pensaba que un Papa podía
dimitir?
Me parece una excelente y acertada reflexión que pone de manifiesto la división en el seno de la Iglesia de Roma. Una reflexión que valoro especialmente porque está hecha desde la libertad de conciencia y expresión por un católivo que sin ser mirmbro de la Iglesia Jerárquica Clerical, tiene una buena formación teológica y doctrinal que para sí quisieran muchos obispos y curas. Y como ciertamente no se puede servir a dos Señores, Francisco tendrá que decantarse por uno de los sectores que supongo será el más evangélico. Pero tendrá que hacerlo de la forma menos traumática y pienso sinceramente que así lo hará. La Unidad de los Cristianos es hoy más factible pero no será plena. Algunos católicos ultraconservadores abandonarán y sectores protestantes y ortodoxos ultras no se unirán pero en cualquier caso la Iglesia de Cristo saldrá reforzada.
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