jueves, 28 de agosto de 2014

LA IGLESIA DE ESPAÑA, COMIENZA UN NUEVO CICLO.

Se va el cardenal Rouco y, con su salida de la primera escena de la Iglesia, se cierra un ciclo. Un largo ciclo de casi 24 años, en el que el purpurado madrileño actuó como un auténtico "vicepapa" español. Listo, puso en marcha una estrategia de control, que le aseguró todo el poder eclesiástico durante décadas. Fue el hombre de Roma en España. Con Juan Pablo II y, sobre todo, con Benedicto XVI y de ciertos grupos afines a corrientes de otros tiempos, que hicieron retroceder y alejarse de la Iglesia a muchos. Pero, con la llegada del Papa Francisco al solio pontificio su estrella comenzó a palidecer. No era ni podía ser el hombre de Bergoglio en España. Entre ambos hay demasiadas diferencias de fondo y de forma.

Por su parte, el cardenal Rouco intentó, hasta última hora, postular tanto a su auxiliar Fidel Herráez como a los arzobispos de Sevilla, Juan José Asenjo; y Toledo, Braulio Rodríguez, para la sede de Madrid. Al menos uno de ellos, apuntan fuentes vaticanas, habría podido estar en la terna final. La decisión, con todo, es fruto de una elección personal del Papa Francisco.

Con la designación, de Carlos Osoro Sierra como nuevo arzobispo de Madrid. El Papa Francisco coloca al frente de la Iglesia madrileña al prelado que, sin lugar a dudas, mejor ejemplifica la “primavera” que la Iglesia  española necesita urgentemente. Una elección que, además, respeta el sentir mayoritario de los obispos españoles, quienes el pasado mes de marzo eligieron por abrumadora mayoría al tándem Blázquez-Osoro para liderar la Conferencia Episcopal.

Una muestra de una Iglesia que apuesta por una mayor comunicación con la sociedad, alejada de la idea de la “resistencia numantina” acaudillada por Rouco Varela. Carlos Osoro ya fue obispo de Orense y arzobispo de Oviedo, antes de recalar en Valencia, la segunda diócesis en número de fieles de España, y con un creciente potencial pastoral, educativo y en número de vocaciones.

La diócesis que heredará Osoro, es una diócesis sumamente compleja, con demasiadas inercias que serán difíciles de cambiar. La sombra de Rouco -que no se sabe si regresará a Galicia o conservará su idea de permanecer en un palacete que se construye al pie de la Sierra de Madrid- es, y será, alargada. Pero la nueva etapa iniciada por en Roma exige que su obispo sea un obispo humano, cercano, que quiere ser de todos porque está convencido que en la Iglesia cabemos todos. Un hombre,  que en pocas palabras, gasta muchas más suelas que reloj, es un prelado que pisa la calle más que el palacio. De hecho, la última vez que Francisco lo vio en Roma le llamo "el peregrino", por lo mucho que le gusta estar a pie de obra pastoral, siempre presente en todo tipo de actos sociales, civiles y, sobre todo, pastorales. Un obispo todoterreno en lo pastoral y moderado en lo eclesial.

Esperemos que estos nuevos aires que parecen soplar en la Iglesia española sea un claro reflejo de los signos de los tiempos que nos ha tocado vivir, de una Iglesia fiel al mensaje evangélico que a las normas y protocolos religiosos de tiempos pasados que hoy no tienen sentido ninguno.


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