Se va el cardenal Rouco y,
con su salida de la primera escena de la Iglesia, se cierra un ciclo. Un largo
ciclo de casi 24 años, en el que el purpurado madrileño actuó como un auténtico
"vicepapa" español. Listo, puso en marcha una estrategia de control,
que le aseguró todo el poder eclesiástico durante décadas. Fue el hombre de
Roma en España. Con Juan Pablo II y, sobre todo, con Benedicto XVI y de ciertos
grupos afines a corrientes de otros tiempos, que hicieron retroceder y alejarse
de la Iglesia a muchos. Pero, con la llegada del Papa Francisco al solio
pontificio su estrella comenzó a palidecer. No era ni podía ser el hombre de
Bergoglio en España. Entre ambos hay demasiadas diferencias de fondo y de
forma.
Por su parte, el cardenal
Rouco intentó, hasta última hora, postular tanto a su auxiliar Fidel Herráez
como a los arzobispos de Sevilla, Juan José Asenjo; y Toledo, Braulio
Rodríguez, para la sede de Madrid. Al menos uno de ellos, apuntan fuentes
vaticanas, habría podido estar en la terna final. La decisión, con todo, es
fruto de una elección personal del Papa Francisco.
Con la designación, de
Carlos Osoro Sierra como nuevo arzobispo de Madrid. El Papa Francisco coloca al
frente de la Iglesia madrileña al prelado que, sin lugar a dudas, mejor
ejemplifica la “primavera” que la Iglesia
española necesita urgentemente. Una elección que, además, respeta el
sentir mayoritario de los obispos españoles, quienes el pasado mes de marzo
eligieron por abrumadora mayoría al tándem Blázquez-Osoro para liderar la
Conferencia Episcopal.
Una muestra de una Iglesia
que apuesta por una mayor comunicación con la sociedad, alejada de la idea de
la “resistencia numantina” acaudillada por Rouco Varela. Carlos Osoro ya fue
obispo de Orense y arzobispo de Oviedo, antes de recalar en Valencia, la
segunda diócesis en número de fieles de España, y con un creciente potencial
pastoral, educativo y en número de vocaciones.
La diócesis que heredará
Osoro, es una diócesis sumamente compleja, con demasiadas inercias que serán
difíciles de cambiar. La sombra de Rouco -que no se sabe si regresará a Galicia
o conservará su idea de permanecer en un palacete que se construye al pie de la
Sierra de Madrid- es, y será, alargada. Pero la nueva etapa iniciada por en
Roma exige que su obispo sea un obispo humano, cercano, que quiere ser de todos
porque está convencido que en la Iglesia cabemos todos. Un hombre, que en pocas palabras, gasta muchas más suelas
que reloj, es un prelado que pisa la calle más que el palacio. De hecho, la
última vez que Francisco lo vio en Roma le llamo "el peregrino", por
lo mucho que le gusta estar a pie de obra pastoral, siempre presente en todo
tipo de actos sociales, civiles y, sobre todo, pastorales. Un obispo
todoterreno en lo pastoral y moderado en lo eclesial.
Esperemos que estos nuevos
aires que parecen soplar en la Iglesia española sea un claro reflejo de los
signos de los tiempos que nos ha tocado vivir, de una Iglesia fiel al mensaje
evangélico que a las normas y protocolos religiosos de tiempos pasados que hoy
no tienen sentido ninguno.
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