Sirva esta pequeña reflexión
de hoy, como preámbulo al comentario del evangelio del próximo domingo.
Rara es la reunión que se
tiene últimamente, que no salga el tema de que la Iglesia necesita una gran
reforma. Muchos, porque ven como cada día acuden menos personas a la Iglesia,
ya incluso hasta para casarse; pues va en aumento el número de matrimonio
civiles. Otros, piensan que las reformas deben de ser inminentes, pues observan
como estamos volviendo a pensamientos y costumbres que son de tiempos pasados,
que más se adoptan por motivos de seguridad, de que esto dio resultado, que por
una verdadera solución.
Aunque la verdad sea dicha,
de que no paso por unos buenos momentos personales, lo cual hace que muchas
veces las cosas no se vean, con la lucidez que uno quiere ver, la mayor reforma
que la comunidad cristiana católica debe de llevar a cabo, es la recuperación y
la vuelta a los mensajes evangélicos a la luz de los signos de los tiempos y la
experiencia personal de cada uno de Dios.
Es verdad, que los teólogos
y pensadores de la filosofía cristiana a lo largo de los siglos han realizado
un gran esfuerzo por acercarnos al misterio de Dios formulando diferentes
construcciones conceptuales que vinculan y diferencian a las personas divinas
en el seno de la Trinidad. Esfuerzo, sin duda, legítimo, nacido del amor y el
deseo de Dios.
Jesús, sin embargo, no sigue
ese camino. Jesús invita a sus seguidores a vivir como hijos e hijas de un Dios
cercano, bueno y entrañable, al que todos podemos invocar como Padre querido.
Lo que caracteriza a este Padre no es su poder y su fuerza sobrenatural, sino
su bondad y su compasión infinita. Nadie está solo. Todos tenemos un Dios que
nos habla en nuestra conciencia, nos comprende y nos llama a actuar con amor y
haciendo el bien a los demás. Jesús nos descubre que este Dios tiene un
proyecto nacido de su corazón, en nuestro corazón: construir entre todos sus
hijos e hijas un mundo más humano y fraterno, más justo y solidario. Jesús lo
llama "reino de Dios" e invita a todos a entrar en ese proyecto del
Padre buscando una vida más justa y digna para todos empezando por sus hijos
más pobres, indefensos y necesitados.
De aquí, creo yo, que debe
de venir la gran reforma y principal hoy dentro de nuestras comunidades en
estos momentos. Debemos de empezar a vivir el Dios de Jesús, y no el Dios de
nosotros. Debemos de dejarnos de tantas leyes y cumplimientos eclesiásticos,
que nos llevan más que a una experiencia divina, a una experiencia del miedo
divino, como nos dirá el evangelio de mañana domingo, con el pobre hombre que
escondió su talento, por miedo a Dios.
Tenemos que arriesgarnos a
emprender nuevos caminos, nunca tiempos pasados fueron mejores, no se trata de
conservar de guardar las viejas normas y costumbres como el del un solo
talento, ni de ser un tapón que obstaculice el circular la alegría del
Evangelio por las arterias de la vida (Manuel Blanco), NO. Tenemos que
arriesgarnos.
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