Hace exactamente hoy, cuatro
años que a todos nos sorprendió la aparición pública y espontanea de lo que
después se denominó el movimiento 15 M. Una iniciativa que suscitó diversidad
de opiniones contrapuestas: indiferencia o rechazo para aquellos a los que no
les interesa que las cosas cambien; para otros se trataba de una sana rebeldía
juvenil, ráfaga de aire fresco que propiciada el despertar de miles de jóvenes
que cambiaban su pasividad por una propuesta activa, muestra sin duda de su
disconformidad ante la deficiente gestión de los asuntos públicos, que lejos de
mejorar empeoran día a día, otros pensaban que era un movimiento violento de
los antisistema. Entre esos jóvenes, había muchos católicos. Jóvenes católicos
que se echaron a las calles para solicitar una regeneración democrática y unas
condiciones de vida más justas para las personas que menos tienen.
Esta concentración
espontánea y experiencia piloto, si algo
nos enseñó y de una forma demostrativa es que el pueblo tiene una rápida
capacidad de organización social que permita revindicar de una forma
democrática un nuevo cambio de la estructura democrática. Y así, quedó
demostrado el pasado sábado, cuando nuevamente su capacidad de convocatoria,
para celebrar y recordar el primer aniversario de dicho acontecimiento.
Convocatoria que demostró, la madurez, el respeto a las normas democráticas establecidas,
y que la democracia es el bien para todos y no para unos cuantos. Y sobre todo,
de una juventud que no se resigna a la sumisión del poder político bajo la
tiranía del poder financiero, y que pide y exige que no se debiliten o eliminen
aquellos derechos que tanto costó lograr; rebelión pacífica que apunta también
al hacer de los políticos y las normas por ellos establecidas. Una juventud
acompañada de sus adultos, que reflejó también las inquietudes de muchos de
ellos, que también se ha visto truncados y posiblemente marginados por su edad.
Si una juventud, orgullosa de que la sabiduría y la experiencia de sus mayores
les acompañara, le orientara y les enseñara.
Y esta es la conclusión a la
que yo he llegado después de analizar con algunos jóvenes la situación desde
una concepción cristiana de la vida. Ellos me recordaban algunas afirmaciones de Jesús de Nazaret que
iluminan los acontecimientos que estamos viviendo: «No se puede servir a Dios y
al dinero» (Lc 16, 13); «Ay de vosotros que acumuláis riquezas para sí»;
«Apartaos de mí porque tuve hambre, tuve sed, fui forastero (inmigrante),
estaba desnudo, enfermo…y no me ayudasteis» (Mt 25, 31-46). En la parábola del
pobre Lázaro y el rico Epulón condena la codicia y falta de humanidad
poniéndose al lado de las víctimas del sistema y fustigando con dureza a los
que acumulan riqueza (Lc 16, 19-30); En el sermón del monte proclama: «Dichosos
los pobres por el Espíritu (los que renuncian a la riqueza), porque sobre estos
reina Dios».
Es más alguno se preguntaba,
si Jesús viviera hoy,¿ estaría con los indignados?
Estos acontecimientos sin
duda alguna, los podemos vivir como una interpelación a construir una sociedad
más humana, justa, fraterna y en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario