viernes, 6 de noviembre de 2015

HUMANIDAD Y DINERO.

Una vez más, dentro del pontificado del Papa Francisco, salta la corrupción de las finanzas vaticanas y especialmente de algunos de sus altos dirigentes. Indiscutiblemente estos acontecimientos perjudican notablemente a la Iglesia y aún más cuando estamos rodeados de un contexto de corrupción en todos los niveles sociales.

Los acontecimientos vienen marcados por la publicación de dos libros que al parecer narran estas corrupciones. Al día siguiente a la aparición de estos libros, el Papa en su homilía diaria en Santa Mata, recordó la radicalidad del Evangelio, la llamada de Jesucristo:

«También en la Iglesia hay quienes, en lugar de servir, de pensar en los demás, se sirven de la Iglesia: los trepadores, los apegados al dinero. Y cuántos sacerdotes, obispos hemos visto así. Es triste decirlo ¿no? La radicalidad del Evangelio, la llamada de Jesucristo: servir, estar al servicio de, no detenerse, ir más allá, olvidándose de sí mismos. Y la comodidad del estatus: he logrado un estatus y vivo cómodamente sin honestidad, como esos fariseos, de los que habla Jesús, que se paseaban en las plazas, haciéndose ver por los demás».

Tras reiterar que Jesús nos muestra el modelo de Pablo, alentó a pedir la gracia de vencer toda tentación de una doble vida:

«Sin embargo, cuando la Iglesia es tibia, ensimismada, incluso con afán de negocios sin escrúpulos, no se puede decir que es una Iglesia que ministra, que está al servicio, sino que se sirve de los demás. Que el Señor nos de la gracia que dio a Pablo, ese punto de honor de ir adelante siempre, renunciando a las comodidades tantas veces, y que nos salve de las tentaciones, de estas tentaciones que en el fondo son tentaciones de una doble vida: me hago ver como ministro, como el que sirve, pero en el fondo me sirvo de los demás».

Desde mi punto de vista, la radicalidad del dinero y la fe no es cuestión de religión, sino de estilo de vida. Para entender esto, deberíamos tener presente que el cristianismo no es una religión, sino una filosofía de entender la vida, desde una perspectiva humana. Ahora bien, cuando esa filosofía la convertimos en religión, pero no nos hace más humano, es donde viene el problema y las contradicciones de la conciencia y de nuestra presencia ante Dios.

Jesús no está en contra del dinero, como instrumento de cambio. Ni está en contra del capital, necesario para la productividad, para el progreso, para generar vida y bienestar. Pero lógicamente siempre que el dinero y el capital se utilicen para el bien de todos. Y no, para acumular riqueza a costa del hambre y la necesidades de los más indigentes.

Ahora bien, porque plantea Jesús el tema del dinero desde esta perspectiva. Simplemente porque Jesús era un hombre honesto y libre. Por todo esto se comprende la incompatibilidad que Jesús establece entre Dios y el afán de ganancias. Como también se comprende la dura sentencia contra los fariseos, “amigos del dinero”: “Presumís de observantes, pero Dios os conoce por dentro”.

El problema es que no hemos asumido el valor de ser HUMANO que Jesús nos transmitió del Dios que encarnado en él  y si el valor del dinero deshumanizado.


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